lunes, 5 de enero de 2015

No me considero buen escritor, ni cronista y dada mi natural desconfianza hacia las palabras he querido limitar mis testimonios a imágenes. Esta vez no me será posible; lo que vi no me permite mantener mi cómodo silencio y considero totalmente incorrecto revelar las imágenes, que a vergüenza mía, fotografié. Advierto de antemano al lector que siga el pobre recorrido de mis palabras y pido disculpas a quienes se puedan ofender o peor aún aburrirse ante estos torpes párrafos.
Andando por las cercanías del lago Titicaca en nuestro paso de Peru a Bolivia encontramos el lugar mas extraño en lo que va de nuestro recorrido de 2 meses.  Decidimos intencionalmente esquivar  tanto el circuito común de trafico de turistas por Puno y Copacabana como el gran trafico de mercancías y de contrabando por desaguadero; y tomamos una larga vuelta por la orilla opuesta del lago. Lejos de los grandes arrumes de ladrillos de cemento gris de las ciudades del altiplano, esta carretera era completamente distinta a las anteriores. Me explico: su forma y construcción era evidentemente lo mismo que cualquier carretera. Una cicatriz en en el paisaje, un trazo de piedrecitas arrancadas de algún lecho cercano y aplanadas, que se extendían 4 metros a lo ancho y se perdían en el limitado horizonte del serpenteo montañoso. El paisaje comenzaba a repetirse, del lado izquierdo la montaña, del lado derecho el lago, que se perdía mas allá del horizonte.
 Al principio fue difícil adaptarse a la carretera por lo que era destapada, la incomodidad del polvo y la inestabilidad en ciertas curvas cerradas al bajar. Sin embargo logramos acomodarnos a la situación y comenzamos a disfrutar la belleza de la geografía y el casi inexistente trafico de vehículos motorizados. Alguna vez nos adelantaba un ciclista transportando algún arrume de plantas o de boñiga de vaca.
Los caseríos se iban haciendo cada vez mas extraños y teníamos que planear bien nuestro recorrido para alcanzar a llegar a algún lugar donde hospedarnos. Generalmente avanzábamos unos 60 kilómetros aunque había días en los que las subidas nos permitan a duras penas unos 40. Otro gran obstáculo en nuestro recorrido era el aguacero que comenzaba sin falta al medio día y se anunciaba en forma de un fuerte alarido y un golpe de viento en nuestros pechos. Llegar a esa hora era el peor error, pues al cansancio de pedalear todo el día se le sumaba la fuerza negativa del viento, la presión próxima del aguacero y el continuo zumbido que hace doler la cabeza. Para aprovechar el mejor clima y hacer nuestro recorrido mas agradable nos levantábamos a las 5 de la mañana y terminábamos alrededor de las 2, habiendo hecho unas 3 paradas para comer. 
Un día nos levantamos mas temprano de lo normal, a las 4 de la mañana para cumplir con el largo itinerario que nos esperaba, serian 80 kilómetros hasta el conjunto de casas mas cercano y los trayectos se hacían cada mes mas deshabitados. 
Esta vez comenzamos a pedalear a las 5 de la mañana. Luego de una corta subida vino un descenso en el que alcanzamos a ganar velocidad y rápidamente pasamos al lado de un bulto; al principio no entendí lo que era, creí ver algo de cuero y carne y me imaginé que se trataba de algún perro o cerdo con mala suerte. La imagen me causo sorpresa pero dado que venia aún  somnoliento no alcance a detenerme a tiempo, tampoco pensaba devolverme en subida a ver un perrito lleno de moscas. Mas tarde comprendí a qué se debía mi curiosidad. Luego de una hora de viaje encontré otro bulto y éste si lo reconocí inmediatamente, era un cadaver humano. La imagen me generó espanto, me invadió el frío y como un cínico reflejo de mi ansiedad saque la cámara, cobardemente me escondí tras el lente y dispare varias veces sobre ese rostro pegado al hueso. Los dientes brillaban afuera en la inquietante sonrisa sincera de quien ya solo lleva un hueco en cada ojo. Por su sonrisa adornada de oro y plata en varios de sus dientes reconocí a un local. También su dentadura hablaba de varias caries o dientes partidos, así que supongo que se trataba de un adulto aunque no fuera de gran estatura. Sus ropas aunque tenia bastante tierra dejaban ver algo del antiguo colorido de sus ropas típicas. Su piel antiguamente cobriza ya no llevaba la textura de ninguna ser viviente, parecía mas un papel a la intemperie. Vainas heridas adornaban el vientre y supongo que era labor de los gallinazos. 
Me alegró por un momento pensar en lo gallinazos, ser alimento de chulo o de cóndor y permitirse el honor de emprender el camino a los cielos en el vientre de estos ángeles que nunca han hecho daño a nadie. 
Apenas terminé mi inspección desde distintos ángulos con mi cámara quise salir lo mas rápido posible, y casi ni me percato que el cadaver no olía mal, que el hombre en los pies lo que alguna vez fueron medias pero le faltaban los zapatos.
Después de rodar otro rato y mucho cavilar sobre lo que había visto volví a encontrar otro meñeco al lado del camino. Este era bastante distinto, sus huesos eran mas largos y parecía mas reciente su muerte. Su tez bastante descolorida había sido blanca antes y sus ropas eran sin duda las de un turista. Me causo algo de gracia este encuentro tan distinto y me genero aún mas inquietud su presencia desamparada al lado de la carretera. Bolivia es un país muy seguro y esta zona aún más tranquila. Siendo colombiano me vi ante muchas hipótesis de atraco o persecución política o mala suerte de haber visto un suceso turbio, pero inmediatamente las deseche. Los cuerpos creo q tenían como mínimo una diferencia de un año de muerte de uno a otro, y el mas fresco no era tan fresco. Me parecía más coherente suponer un accidente o muerte por frío o sed. El turista no tenia ni morral, ni zapatos pero un llevaba colgado un maletín de cuero, vez su cámara continuara aún adentro pero no quise perturbar el musgo que empezaba a colonizar el cuero. Luego de hacer dos fotos y sentirme extremadamente incomodo seguí mi camino. 
Siempre pedaleando pasamos otros dos cuerpos que solo quise mirar de reojo, hasta que encontramos un hombre mayor. El primer humano vivo en unos 50 kilómetros de recorrido. Venia de la nada y parecía dirigirse a la nada siempre por la carretera con un atado de ramas en la espalda. Me detuve junto a él y lo saludé con un gesto que me devolvió. El hombre bajó su bulto y lo apoyó en una roca bastante grande. Me presenté, le tendí la mano y comencé a contarle que era colombiano, que estaba de viaje con mi familia, que veníamos en bicicleta desde Colombia, el norte, otro país latinoamericano. Mi padre y mi madre venían también pedaleando y él tal vez los había visto pasar hacia uno o dos minutos. Le conté que llevábamos un mes y medio atravezando Colombia, Ecuador, Perú y que hacia pocos días habíamos entrado en su país, que me encantaba el lago Titicaca, que parecía un mar sereno y que el horizonte se fundía entre el azul del agua y el del cielo. Estaba muy emocionado de poder solucionar al fin mis dudas y empecé hablar con más cuidado. El hombre había estado mirándome siempre atento y sonriente.
 Le conté que había encontrado varios cadáveres humanos en el camino y que parecían llevar bastante tiempo ahí tirados. Le conté que suponía que habían muerto por accidente y no por actos violentos ya que era normal que murieran personas en una carretera. Ya estaba acostumbrado a encontrar cruces al lado del camino y restos de animales y había leído que una carretera cerca de la paz había tenido un saldo de 800 muertos por año hasta el 2005. La llamaban la carretera de la muerte. Es normal que la gente se pierda en caminos como este o que los agarre una tormenta en invierno. Pero aún no entendía por qué dejaban los cuerpos ahí tirados. Le confesé que de alguna manera entendía porque los dejaban, me parecen generalmente absurdos los tratos especiales y costosos que se les puede dar a un cuerpo en degradación. Algo que ya no es nada parecido a aquel alma a la que correspondían nuestros afectos. Le conté que mi padre no quería ser cremado sino enterrado por ahí en un monte y que si por mi fuera que me llevaran los gallinazos; pero lastimosamente creía que las leyes sanitarias en Colombia obligaban actuar bajo un protocolo especial cuando se trata de esos tumulto de células. El hombre comenzó lentamente a desviar su mirada y a apretar un poco sus labios, siempre tranquilo, vi que se esforzaba en recordar algo. 
Aceleré mis inquietudes, le pregunte si era normal este tratamiento hacia los muertos en esta zona; admiraba la determinación de permitir al hombre fundirse con la naturaleza tan presente, incluso al lado de un camino; la posibilidad de convertirse en hierba o incluso en un árbol y no ser aplastado por un bloque de cemento, el barrio de los acostados. Ya teníamos suficiente conviviendo en rígidos bloques citadinos en los que nada sabemos del vecino, como para volver a otro parque de extraños en el primer intento de escape de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo, tan compatible al ciclo de la vida y la muerte, la generación y la disolución, el alimentarse y convertirse en alimento . Seguramente esto era un artificio mas de nuestra triste herencia católica, de esconder todo lo que se pueda considerar desagradable. Tapar lo “negativo” a toda costa: la muerte, la sexualidad, la enfermedad, la vejez, la biología, el instinto, la naturaleza. Seguramente ellos eran mas sabios en ese aspecto y tenían mejor consciencia de los ciclos que seguramente veneraban. El sentimiento de union con el entorno y la búsqueda de una verdadera realización del hombre dandole continuidad a la energía de la naturaleza. Nada de dios sol omnipotente,  la fuerza de la madre tierra, la pachamama. El sol, el agua, la luna son los elementos y eslabones imprescindibles del gran ciclo de comunión, del orden perfecto de nuestra existencia que se enlaza mediante el caos.
Al final guardé silencio un poco avergonzado de haber estado hablado solo todo este tiempo. Al notar mi silencio el hombre volvió a mirarme, aflojó su rostro con una sonrisa en los ojos y dejó su boca entreabierta como un pez. Luego de unos segundos y un notable esfuerzo, el hombre contrajo las cejas y exclamo: Gringo! y me regalo una sonrisa de cara completa. 

El silencio comenzó a esperarse en forma de neblina y el hombre luego de repetir su primer gesto retomo el bulto y lo amarro en su espalda. Un poco desconcertado levante mi bicicleta y salí pedaleando en busca de mis padres. A unos cuantos kilómetros encontré nuevamente el cadaver de un local, casi ni lo miré pero me detuve, recogí un gracioso sombrero que resulto ser de marca Borzalino y decía haber sido fabricado en Italia, lo amarré al resto de mi equipaje y seguí mi camino.

martes, 16 de diciembre de 2014


Lima, ciudad hermana de Bogota. Una en la costa y otra en los andes, tienen esa historia que se confunde, con herencias a medio olvidar y atropellos humanos.

 Sebastian Salazar Bondy (1924-1965) escribió en 1964 un ensayo critico sobre su ciudad titulado Lima la horrible, pongo apartes de su ensayo.
Hace 427 años lima fue fundada. A lima le ha sido prodigada toda clase de elogios. Insoportables adjetivos de encomio han autorizado aún sus defectos, inventándosele así un abolengo que obseca la indiferencia con que tantas veces rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz de prescindir con justicia. 
La epoca colonial, sin la imaginable tensión entre amos y siervos, extranjeros y aborígenes, potentados y miserables, es una droga alucinógena que la multitud ha ingerido sin mayor recelo durante una centuria. De ahí a nuestros días, la retórica ha ornamentado el cuento a gusto del colonizador y su heredero. Y ha sido Ricardo Palma su mas afortunado difusor.

El caos civil, producido por la famélica concurrencia urbana de cancerosa celeridad, se ha constituido, gracias alboroce capitalino, en un ideal; el embotellamiento de vehículos en el centro y las avenidas, la ruda competencia de buhoneros y mendigos, las fatigadas colas del alojamiento, los paniegos debido a las tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefónico, todos obra de la improvisación y la malicia. Pero la mutación fue cuantitativa y superficial. El pasado que nos enajena está en el corazón de la gente. 
Con la llegada a nuestro continente de la idea de la propiedad y del propietario, aguarda cuidadosa del dinero, la hacienda y la honra destierro la confianza comunitaria que prevalecía. La casta que fundan los dominadores aisla a hombres de hombres -y consecuentemente a familias- y los enfrenta entre si aún en la existencia plural que la ciudad supone.  Es sin duda el sentimiento egoísta de propiedad privada el que determina el reciproco recelo, y eses misma fuerza, que se torna solidaria solo contra el enemigo de raza o clase, la que perdura entre nosotros casi invariable.

Si en efecto, en el casco central de la ciudad aproximadamente la mitad de las terrosas azoteas han sido remplazadas por los cubos de concreto de la edificación moderna, las barriadas populares chorrean paralelas al río desde los cerros erizaos y melancólicos el terrenal de miseria, y cercan por otros puntos la urbe con su polvo, su precariedad, su tristeza.

La palabra criollo designa muchas cosas: originalmente fue el apelativo otorgado a los hijos de los esclavos africanos nacidos en America; durante los años de la emancipación se llamaba así a los descendientes de españoles que alentaban sentimientos de nacionalidad; en ciertas circunstancias equivale a mestizode acá. Su significado actual es, sin embargo limeño -o, por extension,costeño que vive, piensa o actual de aacuerdo a tradiciones y costumbres nacionales, pero a condición de que no sean indigenas.

Esta tierra es muy suave, muy dulce, nada estéril y la fecundan largos rios de dolor. (Porfirio Barba Jacob)